TransMurciana en BTT 2010

En TransMurciana: mucho más que una aventura, encontrarás toda la información sobre esta ruta, y para poco más…

Introducción


No descargo en mi Apóstol la culpa, pero más de siete mil conciertos de gallo he debido sentir, justo después de inconscientemente haberte negado numerosas veces: cuando digo siempre que soy de donde habito; por mi habla me dicen "andaluz" –en absoluto me ofende–; un hijo manchego; otro andaluz; y sobre todo, cuando escucho ciertos estereotipos que te afectan y callo, porque soy tan pobre y tengo tantos prejuicios como los que lo firman. Probablemente deba continuar haciéndolo, pero nunca ha sido para mí una carga sujetar a pulso y con orgullo tus cuatro castillos y siete coronas: mi única herencia –no poca– y, junto con mi borrica, mi insuperable legado –tomad nota canijos–. Y eso voy a hacer en esta ocasión, darme uno paseico por mi tierra maere: la tierra de los murcianos, y la vuestra.
Sabía de la ruta TransMurciana, todavía en proyecto, en la que, siguiendo el ejemplo de su hermana mayor TransAndalus, numerosos ciclistas colaboran en el diseño de esta travesía en forma de noria abollada, sentada sobre la Región de Murcia, cuyo movimiento estoy seguro que regará de bicicletas y alforjas la Huerta, los Campos, las Montañas y los Mares de esta provincia.

Había planificado una semana de pedaleo siguiendo esta ruta durante los primeros días de enero de 2010, pero unas agujetas después de la San Silvestre murciana y luego una ola de frío, forzaron el replanteamiento de los planes iniciales –a rajarme–. Sin embargo, en tan solo dos etapas conseguí otras tantas cosas personalmente importantes: implicar a uno de los pocos amigos que me quedan por esta tierra y superar varias preocupantes horas sentado delante del fuego, sin que mi imaginación ciclista pudiese pirarse por la chimenea.

Durante un par de días en Semana Santa, aproveché para convertirme en quijotesco cuidador de la Huerta –no sé plantar ni un pimiento– montado a lomo de sus Guardianes; inexplicáblemente aborté un vivac con luna llena; la intuición me llevó a una pequeña sierra que reivindico para esta ruta –qué fácil es pedir– y rodando a la luz de la Luna, casi sin darme cuenta, cerré a mi manera –mejor diría: dejé abierto– un anillo de esta travesía.

En junio no veía el momento de escaparme con la bicicleta, hasta que curioseando en el foro rutasMTBmurcia encontré un post de Pakito (un eminente colaborador de esta ruta) donde anunciaba una vuelta completa a la TransMurciana desde el 19 al 27 de ese mes. Se me ocurrió intentar acompañarle durante algún tramo, pero fue todo tan acelerado que me costó encontrar la manera para salir pitando del trabajo y contar a la vez con el coche-escoba. De todos modos, Francisco iba acompañado de buenas cabricas todo el rato, y corría el riesgo de infectarlas con mi burrilla. Eso sí, su determinación precipitó la mía –y espero que la de muchos otros– y al tiempo que las Roald Cabras Amundsen buscaban el finis terrae murciano, la Robert Burrilla Scott, que seguramente tardaría uno o dos meses en llegar hasta ese lugar, tiraba en último momento p'al monte al encuentro de su techo, siguiendo el Camino de la Cruz.

Se marcha agosto con un golpe de autoridad y con él mi TransMurciana. Tras unas antipenúltima y penúltima etapas de castigo, rodando como un higo chumbo con casi cuarenta grados de temperatura, me evaporo con la satisfacción de haberme sacado algunas espinas durante la visita a ciertos sitios y la idea de condensar gran parte de la esencia de esta ensalada murciana. Como es lógico, dejo algunas sopas para disfrutar de esta tierra en otras ocasiones, y he plantado algunas de sus semillas en el macetero de casa –estoy ahorrando para un jardín– porque tengo pendiente la última etapa, aunque ésta es muy probable que no la realice subido en una bicicleta…

Han sido unas pocas escapadas durante casi ocho meses, en las que he rodado de día, de noche, entre el día y la noche, de la huerta al mar, del mar a la montaña, con alforja, sin ella, durmiendo bajo techo, sin él o sin dormir, acompañado en una ocasión, durante etapas planificadas, improvisadas o instintivas, circulares o lineales; con días fríos o calurosos, en distintas estaciones, incluso algunas de tren; con y sin rumbo hacia los cuatro puntos cardinales, en un sentido u otro; peregrinando o domingueando, con coche-escoba o escobado, pero con la cabeza alzada, sin dejar que la fatiga doblegue excesivamente el cuello, porque nada se le escapa a esta tierra, nada…

Etapa 1: El Palmar-Cieza (05 de enero de 2010)

"Padre Thader, Madre Wadi al-Abyad" 

Km.: 84
Salida: 08:15
Llegada: 14:45
Alojamiento: “Por la patilla”


    Unos días antes, Alfonso me había propuesto una irrenunciable ruta con repechones hasta la Copa de Bullas, bajo promesa de final con vino del país y migas; pero, con tal de estrenarnos en la TransMurciana y conciliar la vida familiar en vísperas de Reyes, le seduzco para hacer este fácil y relajante itinerario con otra inestimable compañía: la del Río Segura.


    La niebla aparece esta mañana algo más espesa que nuestros resacosos cerebros, pero más baja que nuestra moral, así que salimos hacia la capital siguiendo la Vía Amable de la Arrixaca, señalizada y con escaso tráfico, hasta alcanzar el Thader. Desde Murcia seguimos el carril-bici que finaliza en la Contraparada (Javalí Nuevo). En este Azud, entre la Aljufia y la Alquibla (acequias principales que distribuyen el agua en la Huerta de Murcia) asisto como padrino al bautizo del compañero como betetero, con la primera coz de su burra –eso pasa por meter la rueda donde no se debe–. 

     Cambiamos de margen y continuamos por la mota de la arteria principal de esta Región hasta Molina de Segura. Por allí coincidimos con dos cicloturistas de la Asociación Murcia en Bici, estudiando un trayecto en este medio desde la capital hasta Ceutí, a cuya altura nos despedimos.


     En Archena, tierra de Vicente Medina, deja de lamentarse el espabilado río y comienza a hacerlo el cielo, como algunos de los versos de este poeta murciano. Mi colega tiene que colocarse los vestidos –iba en manga corta el tío– y, paradójicamente, al pasar los Baños de este pueblo, se pierde la lluvia y nos desorientamos nosotros: no localizamos la continuidad del camino (creo que había que cruzar el río justo a la altura de las instalaciones), de modo que pedaleamos por carretera hasta Villanueva de Segura.

En el paraje del Salto de la Novia atravesamos pensativos la triste leyenda –procurando, como siempre, no formar parte de ella– y nos adentramos en el Valle de Ricote, por sus poblaciones de Ojós, Blanca y Abarán, donde retomamos la corriente hasta el Puente del Argaz en Cieza, a los pies de Medina Siyâsa, uno de los más importantes despoblados islámicos de la península. 

     Finalizamos la etapa varios kilómetros después, en la casa de campo de Rosa, dentro del paraje de La Serrana, donde nos esperan pizzas y cervezas antes de, utilizando el contaminante coche-escoba, retornar mi amigo y su burrilla al lugar de origen, en la otra Vega del Río.








Etapa 2: Cieza-Calasparra-Venta del Olivo (06 de enero de 2010)

"Un dragón, un volcán y un asno"

Km.: 105
Salida: 09:30
Llegada: 18:00
Alojamiento: “De gorra”



     Mañana de Reyes Magos y ofensivamente generosos, salvo para mi burrilla –lo siento, al final intentaré compensarte. Parto desde La Serrana, a pie de la Sierra de Ascoy, con las manos entumecidas siguiendo el camino del Realengo y Taledillo hasta atravesar Cieza; durante cuyo recorrido veo algunas reuniones de beteteros –tal vez decidiendo el pique de ese día– y enlazo con el hilo de esta nueva ruta en la carretera de Mula, a la altura de Puente Meco. El día brota ligeramente y mis dedos comienzan a reanimarse, quedando uno de esos momentos ideales para la práctica de este deporte o lo que sea.

     El Camino Viejo del Cajitán lo continúa, después de cruzar la carretera de Mula, el de la Fuente de Francia, que desemboca en el Embalse de Cárcabo, donde unas trialeras me desmontan de la bici, andando después durante un corto sendero por el embarrizado y arbustivo suelo arrendado a las aguas. Como en otras muchas ocasiones, encuentro algunas vainas de munición de escopeta de caza abandonadas en el suelo, seguramente pertenecientes a un mal cazador –cazador guarro– y, aunque sé que no sirve de mucho, las cargo en la mochila para depositarlas donde le corresponden –en la hueca conciencia de alguno

     Aquí comienza la ascensión a un pequeño puerto entre la Sierra del Almorchón y las Torres del Cárcabo. Veo arriba a un pastor acechándome, quien, una vez a su altura, me pregunta por dos de sus ovejas extraviadas desde el día anterior –de fiestuqui– y al informarle de que por allí había restos de botellón, el hombre da media vuelta y se dirige con su furgoneta hasta la vertiente norte, donde me da el alto nuevamente para decirme que ya había encontrado su rastro. Moraleja: si tropiezas con un rebaño de ovejas; y te sientes gravemente desorientado, justo de fuerzas, y sin opciones claras para salir de donde estés, no las pierdas de vista. Casi con toda seguridad te localizarán antes de que tengas la imperiosa necesidad de comerte alguna de ellas. 


     Me detengo un rato en el área recreativa de la vacía Fuente del Obispo, y desciendo hasta alcanzar el Embalse del Quípar y atravesar los túneles de la Sierra de la Palera, tomando el Camino Viejo del Pantano que me guía hasta Calasparra, a las faldas de otro pequeño y latente lomo de dragón, como la Sierra del Molino, de origen volcánico.


     Bordeando el Castillo de San Juan (en vías de restauración) voy al encuentro de la playa fluvial de Calasparra bajo el puente viejo del Río Segura. Tomo la carretera de la Estación de Ferrocarril, siguiendo el GR-251 (Camino de la Cruz del Altiplano), dibujando por el oeste la Sierra del Puerto, desde donde se divisa la Dehesa de este Río, cuyo cauce une más arriba Albacete y Murcia.


     Justo cuando me encontraba dándole la espalda a los arrozales, me sorprende un grupo de tres cabricas montés en lo alto del cerro. Normalmente prefiero permanecer simplemente observando, pero esta vez no puedo contener el impulso y disparo la cámara dos o tres veces, intentando inmortalizarlas. Preciosos el cerro y mi rostro –con los nervios– y prometo que las cabras también (al visionar detenidamente la foto –con un poco de imaginación– se puede ver una de ellas). Durante toda esta cañada, involuntariamente voy espantando las perdices de sus comederos, y aunque es un incordio para ellas, es para mí un placer observar los abanicos que forman sus vuelos y, sobre todo, saber que están ahí.

     ¡Burrilla! Se me olvidaba, acabamos de dejar de lado Cerro Errado, y ya nos encontramos rodando tú y pedaleando yo, muy cerca del final de la jornada, a la altura de la cola de la Sierra de la Cabeza del Asno (en el mapa verás claramente el porqué de su nombre). Esta es la sorpresa que había preparado. En este momento el papel de lija reviste mi gaznate porque, si me lo pides, te dejaré aquí pastando hasta que te hartes –no lo tendré en cuenta– aunque antes me gustaría hacerte entender que, sea cual sea tu decisión, nunca tendrás frenos de disco...ni de ningún tipo.

     Por Cuesta Blanca voy bordeando la Cabeza de la sierra, hasta cruzar la carretera y llegar a la Venta del Olivo, desde donde alcanzo por carretera el mismo cortijo de salida. Permanezco allí un par de fríos días más, desoyendo el mensaje de las brasas; mientras hago esfuerzos para interpretar como abrazos los empujones del viento, esperando leer en el tamborileo de la lluvia una licencia del tiempo, que no llega...


Etapa 3: El Palmar-Fortuna (28 de marzo de 2010)
 Por el Parque Regional de Carrascoy-El Valle, y la Sierra de Cañisola.

 “Los Guardianes de la Huerta”

Km.: 90
Salida: 12:00
Llegada: 21:00
Alojamiento: “En el primer campo base”



     El día anterior se me había pasado por la cabeza hacer el tramo desde uno de los campos base adoptados en esta provincia hasta Fortuna, salvando la capital alrededor de mi apreciado Parque Regional de Carrascoy y El Valle y la Sierra de Cañisola, guardianes de la Huerta –de lo poco que queda de ella– y continuar hasta la Sierra del Carche con la intención de vivaquear en su cima. Con la primavera debe haber espigado el trigo fanfarrón y si bien no podría dar buen ejemplo en casi nada –ni del desastre– esta es la muestra de una ruta mal planificada, por no decir improvisada, con más peso que forma, y más expectativas que tiempo, pero con más ganas que harina, que es de lo que se trata cuando monta un cacharro de estos.

      Inicio este tramo, en búsqueda, tras un corto calentamiento, de las cuestas del conocido como “matahombres”, en la Sierra del Puerto –¿has almorzado bastante burrilla?– en cuyo alto parte un sendero que nos llevaría hasta el Castillo de la Asomada (árabe del siglo XII). Tras cruzar por debajo de la carretera, en el otro lado del Puerto de la Cadena, me sumo al sendero de gran recorrido GR-250 (Cartagena-Caravaca: Camino del Apóstol), hacia El Cerillar. En este collado pueden verse claramente los trabajos de limpieza del monte, dentro del plan de prevención de incendios forestales, y aunque parezcan exagerados –como así se expresaba un joven biker con el que estuve intercambiando impresiones– mientras sigamos siendo el primer enemigo del monte, creo que es una tarea imprescindible para su protección, de las personas encargadas de hacerlo y de las que viven alrededor.

      Dejo de lado el cruce de El Relojero (604 m) y sigo la pista hacia la Sierra de la Cresta del Gallo, donde permanezco un rato observando La Panocha –lo raro es que el gallo no se haya comido la panocha aún– y luego otro poco contemplando la huerta desde el mirador, donde presencio uno de esos momentos en los que me gustaría pertenecer a la especie de mi amiga, al ver el simpático “lanzamiento de lata al monte” por parte de un cachorro humano –hasta aquí nada escandaloso– acompañado de las palmas de su mamá.

     Tras cruzar la carretera en el Puerto de Garruchal, comienzo una subida, con algunas piedrecillas sueltas y empinada, en el camino de La Carigüela, al inicio del sendero PR-MU 84 (El Picacho) y sigo los pasos de la Sierra de Cañisola hasta el pico Miravete (427 m), al que asciendo por un corto sendero para descansar un rato. Mientras me deleito divisando en el hondo el verde puzzle hortelano y en el horizonte el que iba a ser mi siguiente pero lejano objetivo; voy descubriendo el plan B –por eso del peso no he traído demasiados– al tiempo que intento insuflar algo de oxígeno a los pulmones por el hueco que me deja el plátano –cómo se me ocurre subir para descansar.

Abandono la sierra por una agradable bajada hasta presentarme entre Torreagüera y Los Ramos. En ese balate, un bonito cartel apunta “donde la Huerta y la Sierra se dan la mano”, de modo que, soltando una y asiendo otra, orientado visualmente por el Cristo de Monteagudo, con no pocos despistes e inconvenientes al tener que cruzar el canal y la autovía por determinados puntos, consigo casar con la ruta original –que proviene de Murcia capital– en el afluido merendero de Los Cuadros.

     El ocaso liquida el plan B y recurro C, es decir: al telefonazo, ya que, si no podía dormir donde tenía previsto, me sabía mal hacerlo tan cerca del portal de casa, y aunque suponga un abuso de confianza, le voy cogiendo gustillo a esto de coche-escoba. En Fortuna apenas tengo tiempo de llevarme el bocadillo a la boca, cuando veo aterrizar el carro repletito de mensajeras –intocables– que me devuelven al origen como un paquete roto y con el membrete borroso, al que habrá que buscarle un destino para el día siguiente.



Etapa 4: Fortuna-Jumilla-Cieza (29 de marzo de 2010)
Por las Sierras de La Pila, El Carche y Larga.

“La Luna del lobo: el primer anillo de la TransMurciana”

Km.: 130
Salida: 11:00
Llegada: 23:20
Alojamiento: “Por tó el morro”



     Estoy de suerte –tal vez no lo había planificado tan mal– y aprovecho el desplazamiento hacia otra parte del coche-escoba para apearme en Fortuna y, desafortunadamente, enfrentarme al segundo y último asalto de estas minivacaciones. El recorrido hasta La Garapacha no lo tengo debidamente documentado, y aunque dispongo del track desde ahí hasta Yecla, tampoco quiero dejar de lado la Sierra del Carche, de modo que voy a ir hilando caminos sobre la marcha, y extendiéndome algo pesadamente en su descripción, de cuya tarea ha resultando este maillot sin mangas.

     Me dirijo hasta el Cortijo del Moño por el camino asfaltado de la Cueva Negra, y luego rodeo la Sierra del Baño por su ladera occidental, descendiendo hasta la carretera A-25 (Caprés), a la que me incorporo a la izquierda. Después de unos pocos metros, abandono la carretera por la derecha, para acometer un fuerte y abrupto repecho –me obliga a desmontar de la bici– a la altura del Cerro de los Moriscos. Luego, una vez en lo alto, encuentro un cruce en el que sigo de frente, salvando una vaguada con fuerte pendiente descendente y ascendente –en este caso las piedras derriban involuntariamente la bici– y así hasta bajar a la carretera A-17 (La Garapacha). En este punto realizo la misma jugada que en la carretera anterior –bordando un pequeño zigzag- incorporándome a la izquierda y luego abandonándola por su derecha en Cañada Rodao, tomando dirección noroeste a la falda oriental de Sierra de Lúgar.

     Poco después, cruzo transversalmente una pista asfaltada (El Rellano), y tiro p’lante por una cañada hasta la Casa del Conde de Roche, y, a través del sendero de la Sierra del Águila, me dirijo hasta el oeste del pequeño oasis de La Garapacha, donde reposto agua –siempre queda bien decirlo– y cerveza en el bar social de esta aldea. 



      Retrocedo cerca de un kilómetro para retomar la pista forestal de la Sierra de la Pila, pedaleando hasta el Mojón de las Cuatro Caras, donde se puede jugar al twister entre los municipios de Molina de Segura (Vega Media del Segura), Abarán y Blanca (Vega Alta del Segura), Fortuna (Comarca Oriental) y Jumilla (Comarca del Altiplano). En esta encrucijada decido seguir el camino que me indica el único miembro que me queda libre: la cabeza, apuntando hacia el camino más corto, que bordea el Alto del Rincón de los Poyatos –con “y”– improvisando después la ruta dirigida hacia el norte por el Altiplano, a través de caminos y/o pistas asfaltadas (Casas Grande, Nueva, De Juan Candelario, Palazón, De Molina, Del Olmo, Gázquez y Casas del Pí), cruzando casi transversalmente las carreteras A-16 (Casas de Los Cápilos) y C-3213 (Jumilla-Pinoso), entre insinuantes viñedos, hasta la siguiente montaña. 

      La dulzura de la cara sur de la Sierra del Carche, a través del Collado del Cantal, no deja entrever su personalidad encubierta en la umbría, que oculta una bestia celosa de sus profundos barrancos (Del Infierno, Omblanquilla, San Cristóbal, etc.), y en cuya guarida me veo atrapado, con una única escapatoria posible: ¡disfrutar! Acepto sin esfuerzo el reto en este sinuoso descenso, deslumbrado por las Salinas de la Rosa divisadas en el valle. Soy consciente de la imposibilidad de que la planificación de una ruta de este tipo pueda abarcar o transcurrir por todos sitios, y aunque cualquier rincón seguro sería digno para ella, daría pena dejar en el banquillo esta pequeña figura que el mar eligió –hace millones de años– para depositar lo que un día fue nuestro salario.

      Hoy no me importa realmente que la noche se me eche encima, pero no me sobran fuerzas, como había pensado, para continuar por la Sierra del Serral hasta Yecla –otra asignatura pendiente– conque tomo el Camino de las Sanguijuelas, paralelo en la distancia a la carretera, buscando atravesar El Cerro de la Rosa, donde ando despistado durante un buen rato hasta que consigo enderezar la ruta hacia el Convento de Santa Ana, dirigido por la Atalaya del mismo nombre. 

      Anochece, y espero rogando a la Luna Llena que levante el vuelo –está que se sale– para guiarme por la umbría de la Sierra Larga hasta casi el final del Lunes Santo. Llego al otro campo base, en Cieza, casi metido en plena procesión (Cristo de la Sangre), mezclándome inevitablemente durante unos minutos con la gente; instante en el que veo desplomarse de nuevo la asombrosa lección de saber que no eres más que aquella abeja, que se explayó entre el casco y tu frente, o la piedra de siempre que te hace hocicar el camino.

Etapa 5: Lorca-Cañada de la Cruz (18 de junio de 2010)

 “Correo de gramíneas, cardos borriqueros y alguna que otra margarita”

Km.: 100
Salida: 11:45
Llegada: 21:00
Alojamiento: “Al raso”



      Más de tres meses sin escaparme de casa hace que sienta un escalofrío al pasar por el parpadeo de la tierra, en el interior del túnel de Lorca. Llevo colocada toda la indumentaria, y en lo que tarden en contraerse las “niñas de los ojos”, tendré que lanzarme casi en marcha desde el coche-escoba a la Transmurciana ante los ojos de los niños –menudo ejemplo que da el padre–, en la siguiente salida de la carretera (cosa que había decidido a última hora, dudando si hacerlo en Lorca, Totana, Alcantarilla o quién sabe). 

       Enlazo enseguida con el Guadalentín: “el río más salvaje de Europa”, siguiendo su lecho seco hacia donde apunta la Torre del Espolón, del Castillo de Lorca. Rumbo Oeste, entre carrerillas contra lagartijas, algún vadeo, y la mirada de la Sierra de la Peña Rubia, llego igual de pronto a la carretera del Embalse de Puentes, con una ascensión corta pero empinada que me “obliga” más adelante, antes de continuar viaje, a pisar la sombra de las ruinas de la Casa Panes.

       Durante el camino hasta Zarcilla de Ramos, el “vello de la tierra” se adueña de la campiña, mientras los cardos borriqueros se plantan como lanzas en el barbecho y el margen del camino. Reconozco en todos ellos el instinto de esparcimiento, anhelando abordar algún calcetín que los transporte hasta otras labrantías. Cegado por el amarillo y oro que evapora ese aforo de espigas, pierdo el camino (creo que fue a la altura de la Casa del Vizconde), y acabo en la carretera de La Fuensanta, a la altura de la finca Cerro Negro, después de cruzar el Río Turilla y pasar por la finca, entrando por el sur en Zarcilla.

      En Zarcilla de Ramos ordeño la fuente todo lo que puedo, y sigo peregrinaje pasando por Doña Inés y La Almudena. Desde esta aldea de Caravaca de la Cruz el camino discurre por una pista asfaltada a la par de la Rambla y Cañada de Tarragoya, que abandono pasado Torre Mata (hospedería y torre que podría tener su origen en el siglo XII, declarada Bien de Interés Cultural). Me llevo de recuerdo unas fotitos con los pollinos enjaulados y sigo el viejo Camino de Lorca, con parada inevitable en Casablanca, debido a una repentina pataleta del cielo.

       Entro en el bar para tomarme un chocolate caliente y acabo con algunas birras en el cuerpo –sin alcohol, claro– cuyo límite lo pone el amaine de la tormenta. Lo mismo hacen algunos jinetes de más de cien caballos, en su ruta motera hacia Granada. Salto ansioso sobre la burra y torno hacia el Campillo de Arriba, cuyo camino encharcado se deja “querer”, pero al cruzar la carretera de Inazares, el diablillo inhibe lo poco que tengo de experiencia –el día que lo encuentre me lo cargo– y me empuja a tantear ese camino rojizo brillante, al que arrebato con las cubiertas y botas algún kilogramo de amasijo de barro y paja, por el módico precio de algunas calorías, luz, mecánica y estampa –nada sobra, cuando poco se lleva– teniendo que retomar la carretera asfaltada hasta Cañada de la Cruz.

      No encuentro alojamiento en este paso de la Cruz (en el bar del pueblo me dicen que ya no ofertan camas). Con un poco de insistencia ningún cicloturista se queda sin techo, al menos en pueblos pequeños y/o en invierno. En caso necesario es recomendable preguntar por el Alcalde, o el Cura del pueblo, salvo que alguno de ellos regente el bar, con la cara de descompuesto que ha puesto el pobrecito al verme vestido de barro.

      Pero hoy no tengo ganas de insistir, ni pedir, ni parar de pedalear y aprovecho la fresca hasta Puerto Hondo, donde monto un vivac de emergencia –sin saco ni esterilla– sobre un sofá arrojado a la cuneta –gracias por tus jamones y tus sofás amigo cochino– sobre el que duermo al raso, al lado de la burrilla, bajo las faldas del Macizo de Revolcadores.


Etapa 6: Cañada de la Cruz-Bullas (19 de junio de 2010)

 “Recibe al peregrino con sombrero de tres picos y traje de gala, le pasea por lo más alto, lava sus pies y le muestra su Fortificación, dejándole marchar ebrio de su sangre en un tren fantasma”

Km.: 100
Salida: 07:30
Llegada: 18:00
Alojamiento: Pensión San José (30 €)


      Me “despierto” empachado de rocío y galletas –para combatir los tiritones– con el resquemor de una pesadilla en la que he estado toda la noche pastoreando estrellas y nubes con forma de cafés con leche. Desmonto lo más rápido que puedo el kiosco, en búsqueda de algún rayo de sol que franquee Sierra Seca (Picos de Revolcadores, Los Obispos y Los Odres) y nos atraviese los radios y –si no es mucho pedir– las costillas. 
      Si ayer acariciaba el vello de la tierra, esta mañana, pedaleando en uno de los entornos mejor dotados de esta Región –aquí Murcia apuesta fuerte: escalera de color– entre la Sierra de Taibilla y la Sierra de Moratalla, besuqueo sus mejillas; pero ni el púrpura indomable de esas amapolas, ni los alcaloides de sus hojas animan mi estómago –qué jampa– y al dejar de lado el Santuario de La Rogativa, pongo a quemar las pocas calorías que conservo, superando una micropájara, de la que es testigo el emoticono de media sonrisa que curiosamente ha formado el desprendimiento de las paredes en el Calarico del Hambre.

       Desayuno y me aprovisiono en El Sabinar, continuando cabizbajo la marcha, mientras estudio el desviador trasero, que no funciona correctamente desde la cruzadita contra el barro. Pasado el Embalse de La Risca, el camino sube de tono, y alerta nuestros once sentidos. El sexto de la burrilla percibe la sinfonía de frases malsonantes, chasquidos de cadena, cambios precipitados de marcha, pequeñas parcelas con nombre y guantes rotos, todos ellos seguramente impregnados en esos pedruscos por otros transmurcianos, así que estrujo con fuerza la crin del animalico y subo del tirón –en esta ocasión me valgo de las alas de la pájara anterior– laureado tras el esfuerzo por los lloriqueos y zancadillas del Río Alhárabe –otra vez con las botas mojadas– camino de Moratalla

      Paso de la carretera C-415, y salgo de “la ciudad amurallada de palos” improvisando un rodeo por Las Cañadas, hasta enlazar con la Carretera del Canal, a la altura del Cortijo del Agüica Vieja. Mientras me dirijo a este último caserío, voy encarando durante un rato la Sierra del Buitre, espacio en el que siento la verdadera transformación del arriero en peregrino, sin entender cómo no la he escogido para hurgar en su plumaje, volviéndome de nuevo esclavo del GR.

       Es mediodía, es Año Jubilar, el verano golpea con fuerza la puerta de la fortaleza en Tierra Santa, y, sobre todo, es Caravaca de la Cruz, por lo que resulta casi inexcusable no realizar parada; que acorto bastante al incomodarse mi burrilla de tanto ver transitar ese trenecico rojo para visitas guiadas, que resta encanto al aire medieval de sus balcones; así que opto por encarrilar el eco de cuatro décadas de tren por la Vía Verde del Noroeste, que me acerca en un santiamén a Cehegín y Bullas.

Etapa 7: Bullas-Librilla-El Palmar (20 de junio de 2010)
"El lienzo del Apóstol del árbol"

Km.: 130
Salida: 08:30
Llegada: 18:30
Alojamiento: “En el sofá de casa”



      Comienza la etapa en Los Llanos, justo por donde pedalea un grupo de betereros al que saludo mientras observo el mapa. Veo que ambos vamos dirigidos hacia el mismo sitio, pero yo sigo propiamente el camino del río, que no se quiere perder la burra el Salto del Usero. En este punto me percato una alternativa que recorre el Río Mula a la par de algunos de sus molinos y rodea el Cerro del Castellar por el Este, entroncando con la pista que llevo marcada a la altura del la Casa del Manzano –formando la mitad derecha de un corazón– pero decido seguir el track del GPS para salir de la Puerta del Noroeste, a la que seguramente tendremos que volver a llamar en las fiestas de octubre, cuando tal vez conserve fuerzas para explorar este tramo desde la casa del vino hasta la casa de la sidra.

      Desayuno los frutos de uno de los albaricoqueros en los campos de Ucenda, en cuyo tocón dejo colocado un céntimo sudor –a modo de disculpa– habiendo realizado con este sencillo gesto una de las mejores inversiones de mi vida, y con este atrevimiento entro en el término municipal de Mula. El recorrido es sosegado hasta el pequeño tramo de sendero pasada la Casa de la Posadilla, antes de enlazar con la carretera MU-503 (Zarzadilla de Totana-Mula), que abandono poco después, guiado por el Barranco del Zarzadilla, hacia lo que parece la antigua carretera de Bullas, cuyas piedras hacen que me ciña a la alfombra de agujas viejas caídas de los pinos que la abrazan y resguardan del sol. 

       En Casas Nuevas me cuelo a contracorriente en la I Carrera Umbría de Sierra Espuña –todavía me pitan lo oídos del bocinazo– y sigo durante un rato su itinerario hasta que después de haber subido un trecho por la pista entre el Salto del Ciervo y el Cerro de la Cabra –ya se puede uno imaginar– me doy cuenta realmente de mi coladura, y tengo que descender para cruzar otra cinta delimitadora de la prueba y desviarme hacia La Bermeja.

      En la carretera C-3315 (Pliego-Alhama) y C-25 hasta El Berro me sobrepasan algunos ciclistas de galga a tal velocidad que tengo que llenar de moral –para no desequilibrarme– el vacío que noto en el costado izquierdo. Luego, durante la pista que cruza Sierra Espuña, tengo que ir contando pinos para no sucumbir al pesado asfalto y el tufo a carne abrasada que desprenden las trampas para humanos en pleno monte. Pero siento que llega el rescate en la pista terriza de la Casa Fuente de las Zorras y Casas del Campix, con olor a tierra mojada –ha debido de llover recientemente– y crujidos de chinas sobre la montaña que el ilustre ingeniero de montes y “Apóstol del Árbol” Ricardo Codorníu se empeñó vestir –y lo consiguió–, que me transporta todo el camino con vista a la izquierda por un excelente mirador del Valle del Guadalentín.

        Es momento de plato grande y piñón chico, casi olvido que me esperan –creo– para cenar. A Totana volveré, pero en esta ocasión le doy esquinazo y encarrilo el canal Tajo-Segura hasta el Acueducto del Caño Espuña

El pedaleo se hace instintivamente trote borriquero, aprovechando el último chorreo de oxígeno por la umbría de la Sierra de la Muela, y el penúltimo transmurcianopedaleo en Librilla, una vez pasado el Embalse de la Rambla de Algeciras, donde me bajo de esta ruta –y casi de la bici en la corta subida de la presa– atraído por la falda de la Sierra de Carrascoy hacia el machacado destino en la pedanía murciana.

Etapa 8: Lorca-Águilas-Puerto de Mazarrón (03 de agosto de 2010)

“La muralla del mar”

Km.: 110
Salida: 11:45
Llegada: 20:30
Alojamiento: Pensión La Línea (36 €)



      Nuevo aterrizaje en Lorca, esta vez con salida por el Camino de Vera, embutido entre ostentosas setas de muchos miles de euros, sobre las que tengo que elevar mi envidiosa mirada, concentrado en el embudo que forman las Sierras de Enmedio y Carrasquilla que desembocarán en el mar este pecado capital. Pedalada a pedalada, todo llega, y lo hace el final del asfalto algo antes de cruzar la Rambla de Nogalte. Luego tomo la divertida la Rambla de Los Charcones, teniendo en ocasiones que librar los bancos de arena con el culo atrasado, el sillín sujeto por los glúteos y el pedaleo de un lagarto Basilicus, pasando por La Escarihuela y con un saludo a Almería en Pozo de la Higuera, dentro del término municipal de Pulpí. Desde ahí, tras unos pocos kilómetros por carretera D-24 y superar un pequeño puerto entre algunos campos de naranjos estéticamente cobijados en la falda del monte, me desvío por la Rambla de los Arejos, donde encuentro un corto pero sorprendente pasillo de tarays y corriente de agua –con rodaduras anteriores– hasta la desembocadura en el Mar Mediterráneo

      ¡Aquila, bonita! Despliego los brazos como añagaza para acercarme, con una millonésima parte de su porte, a la ciudad natal de Paco Rabal (Los Santos Inocentes - ¡Milana, bonita!), dando Águilas paso a una tranquila andadura por el litoral murciano, repleto de playas, calas, puntas, islas, islotes, ensenadas, bahías, y algunas urbanizaciones, hasta la inflexión en Cabo Cope, donde emprendo un atrayente tramo por la costa hasta el alto de la burrilla de mar en el Cuartel de Ciscar, forzándome a mirar alternativamente el mapa sin camino y la inmapable zarpa que nos tiene atrapados. 

       Pequeño sacrificio a cambio de evitar un gran rodeo por carretera. Si “no hacer nada” es mucho peor que equivocarse, elijo el ritual que más o menos tengo aprendido: corto descanso antes de iniciarlo, corta mirada hacia arriba, no hacerlo hacia lo hondo, respirar hondo, cargar la bici sobre el hombro –el dominante, o el que se deje dominar– y subir dando pasos similares a la danza nativa americana de la lluvia, procurando que los cuartos delanteros –y en este caso aéreos– de la burra no coceen alguna roca y te desequilibren, o dicho de otra forma: “¡tó p’arriba, burrilla!”. 
 Desemburro y final de etapa en el Puerto de Mazarrón, con paseo nocturno entre terrazas y tenderetes que tanto gustan al coche-escoba.





Etapa 9: Puerto de Mazarrón-Cartagena-Portman-Mar Menor-Pilar de la Horadada-Sucina y tierra adentro (04 de agosto de 2010)
“Finis terrae murciano”

Km.: 185
Salida: 08:45
Llegada: 23:00
Alojamiento: “En el muelle”


      La gran cantidad de gente que se mueve esta mañana por la Ensenada de Mazarrón me recuerda que cada vez madrugo menos. Pasado Isla Plana y subiendo unos escalones, paralelo a la Rambla Honda del Calar, escapo perpendicularmente de este Golfo, y enseguida me adentro en la sorprendente Rambla del Cañar, con cascada y fuente incluidas. Mientras tumbo la bicicleta sobre el suelo para hacer una foto, aparece primero uno y luego dos rodadas de solidaridad, interesándose por si me había ocurrido algo. Sigo un ratico con los dos últimos, que me indican la ubicación de la fuente, aunque todavía llevo los bidones llenos, y más adelante alcanzo al que me pasó en primer lugar, descansando en el alto del Collado de la Cruz; con quien comparto unos metros de pedaleo –me salgo de la ruta– hasta las Casas de Tallante, llenando algo su curiosidad e informándole de algunas páginas donde encontrar ésta y otras rutas. 

      Retomo el camino hacia Perín y Galifa, y rodeo Las Escarihuelas por su homónima rambla, en cuyo alto ya se divisa gran parte de Cartagena, a donde llego planeando sobre Tentegorra. Mientras circunvalo esta ciudad por el Puerto, me surge un pequeño dilema: seguir el trazado por la costa o el directo hasta Murcia. Como último recurso, decido subir al Castillo de San Julián para echar un vistazo e idear alguna alternativa, pero en el poco margen que el "Lorenzo" me deja para reaccionar sólo encuentro una desazón y una pedaleta que me guía como un lazarillo por la industrializada Escombreras, y de la que despierto en una curva cuando, bajando por carretera hacia Portman, siento algo parecido a un golpe de viento que pretende echarme de la calzada. Resulta ser un simple pinchazo de la rueda delantera, lo que por un momento pensé que era el resuello de la Bahía. Me entretengo en este pueblo repostando y arreglando los pinchazos –de la rueda y mío–, y aunque físicamente continuaré la marcha mientras me quede algún que otro panchito que echarme a la boca, moralmente la etapa de hoy ha culminado aquí, sentando en un muelle ciego, con los pies metidos en ciega agua, la burrilla amarrada a uno de esos ciegos norays, haciendo lo único que sé hacer bien: el tonto, hasta que regreses “Bahía”…

      Reemprendo la marcha en uno de esos momentos tan espesos en los que, para reafirmarme, tengo que buscar refugio en mis gemelos y llego de un tirón hasta el Pilar de la Horadada, dejando de lado el Mar Menor, encarcelado –que lo liberen, ¡coñe!– entre desagradables barrotes de hormigón. 

      Con el sol y yo casi rendidos, encuentro algo de sosiego en El Pinar de la Perdiz hasta Sucina y me propongo llegar a la carretera de Garruchal antes de que oscurezca. Por fin tropiezo con la noche, la brisa, las pupilas como platos y el otro mar: el de luces, con la instantánea de fuegos artificiales que compone la iluminación de Murcia. 

Etapa 10: El Palmar-Totana-Lorca y vuelta en tren (23 de agosto de 2010)

 Por la Sierra de Carrascoy

 “La rampa murciana”

Km.: 120
Salida: 08:15
Llegada: 17:00
Alojamiento: “Ande siempre”


      Ayer me acosté pensando en la de Cartagena como etapa para hoy, pero una corazonada gira el manillar hacia un lugar que se desbanda de esta travesía, donde nadie se pierde si no lo desea, prologado por un corto y necesario calentamiento por el Cordel de los Valencianos, al paso de Sangonera la Verde, Cuevas del Norte y el Palacio de los Bilbaínos, antes de enlazar con la carretera MU-603 (El Palmar-Mazarrón). Transito esta vía atravesando de la Venta de Los Carrascos, Pueblo Nuevo y El Cañarico, a los pies de la Sierra de Carrascoy, hasta aproximadamente el kilómetro catorce. 


      Siempre había oído hablar de este escondrijo, sobre todo por las pugnas bicicleta-corredor protagonizados por mi hermano y Paco “El etíope” –gana corredor–, y otras escapadas acompañados de Jou, Alfonso, Fran, Pablo y demás especimenes metrosexuales, mientras yo me entretenía curtiendo mi hígado. 

      A la izquierda, una señal caída apunta “Centro Emisor” y enseguida diviso un tan empinado como honesto mastín español de casi diez kilómetros de cruz, que me invita a pasar de largo.
 La burra ni siente ni teme –aunque en ocasiones tenga mis dudas–, y a mí me gustan los perros –a ti te lo dedico Blacky–, optando por el ejercicio de soportar, prácticamente sin descanso, más de una hora de vaivén de hombros, apretando la cadena entre los 28 y 32 dientes de la corona y el plato mediano. Hay que ir tirando de la burrilla sobre un pavimento asfaltado pero deteriorado, superando unas de las pendientes ciclables más pronunciadas del país. De la bajada podría hablar alguna cosa, pero cuesta escribirlo en estos momentos de lo molidos que tengo los dedos de tanto frenar.
      Ahora toca un poco de carretera y manta, dirección Mazarrón, hasta desviarme por el camino de la Mulata a Fontanila y casar con la Vía Nueva (GR-252), siguiendo el trazado de la Transmurciana que conduce a Totana. Salgo de esta ciudad por la carretera de Aledo, tomando el Camino de la Huerta, tras el que cruzo el trasvase Tajo-Segura, bordeando luego La Serrecica, paralelo a la Rambla de los Molinos


      Aledo preside solemnemente el paisaje, y La Calahorra atestigua en pocos minutos mi decadencia, como tantos otros que intentaron conquistarla. Era lo que el bochorno me tenía guardado, con la última gota de agua mezclada con el sudor en mi barbilla, las pilas de mi orientación gastadas y la suerte fugada como aire de una rueda de la burrilla. Me refugio en la sombra de un pino y arranco con un pequeña trova que ya casi ni recuerdo. 

       Me dejo llevar hasta Los Allozos, y después hasta no sé dónde, topando con la carretera C-3211 (Lorca-Caravaca de la Cruz) hasta que desemboco en Lorca, adoptada estratégicamente como tercer campo de batalla en esta gran travesía. Llego a la estación de tren Lorca-Sutullena y nos subimos en el cercanías hasta la estación de Murcia-El Carmen. Desde allí, nuevamente sobre la burrilla durante unos pocos kilómetros hasta casa.

Etapa 11: Calasparra-Moratalla-Caravaca de la Cruz-Calasparra (24 agosto de 2010)
Por la Sierra del Buitre
“El último encierro”


Km.: 80
Salida: 10:15
Llegada: 17:00


       Llego a la Plaza de Toros de Calasparra, donde estaciono el coche-escoba. Tomo durante unos metros la carretera MU-510 (El Campillo) y luego adopto el Oeste como rumbo, adentrándome en el Camino de Fontanares por la umbría de la pequeña Sierra de San Miguel, sobre una relajante pista entre jóvenes pinos. Continúo enlazando los Caminos de Calasparra y Casa del Caño, a las puertas de la Casa del Batán. En un amasijo de arroyos (Arroyo Agüica, Arroyo de Ulea, Arroyo de la Casa del Caño) no consigo localizar, por más que me empeño en bailar en este cañaveral, la vereda paralela al margen del Río Moratalla. Encumbro el talud de un campo cercano y opto por implorar una señal al visionario GPS, en la que chocantemente sólo veo una burra sobre el hombro de un hombre –la historia de siempre–, y así ando varios minutos hasta que localizo el Camino del Batán.

      El calor aprieta con bastante más fuerza que yo estrujo el pañuelo, mojado del agua con la que el Río Benamor rebautiza al Alhárabe en Río Moratalla, antes de alcanzar precisamente esa ciudad, tras salvar la carretera C-3211 (Las Murtas) y continuar el Camino del Almizrán

      En el bar donde me refresco, pregunto por la pista forestal que alcanza Caravaca entre las Sierras del Buitre y la del Gavilán, pero no obtengo respuesta satisfactoria. Retomo el viaje por la carretera MU-703, de la que me salgo por la izquierda en su segunda curva de herradura, acogido por una estupenda pista que cruza el Río Benamor, asciende y planea por la umbría de la primera de las sierras; desplazando con cada pedalada esa pequeña espina clavada hace meses mientras pedaleaba por allí abajo.


      Después del plácido vuelo por la Sierra del Buitre y de la bajada en picado cerca de la Sierra del Gavilán, con nuevas vistas y visita a Caravaca, no es fácil encarrilar los últimos kilómetros de esta travesía por asfalto, en los que, conjugando las ganas de seguir y acabar y sin buscar alternativas más beteteras, embisto los mozos de cuatro neumáticos que siguen la carretera C-3314 (Caravaca-Jumilla). Complacido por una dulce mano de cuarenta grados sobre el lomo, que contrasta con el puyazo frío de cuando comencé esta travesía en enero, voy entornando la Sierra de la Puerta. Con el pedaleo mansamente contenido por el desconcierto y la amarga sensación del final del encierro, acabo esta pequeña aventura en la Plaza de toros de la Corredera, donde, seguramente, la “crisis” forzará a sacar de mi apocamiento una nueva solicitud de indulto para la burrilla.